Imán es uno de mis maestros, uno de los mejores. Nunca le he pedido una clase acerca de nada, nunca se le ha pasado por la cabeza que tiene algo que enseñarme, y curiosamente, conmigo comparte su sabiduría, siempre.

Me da lecciones a diario, sin él siquiera saberlo, y me cuesta mucho aplicar sus lecciones tanto a mí mismo como al entorno que me rodea. El insiste sin darse cuenta y no se cansa de enseñarme con el buen humor y la dedicación que pone a todo lo que hace.

Las materias que tocamos en “clase” seguro que son muchas, tantas que a veces pienso que algunas de ellas ni siquiera logro percibirlas, se me escapan. Para nombrar las que al menos soy consciente que existen puedo comenzar con cuatro grandes virtudes en él, la compasión, el servicio a los demás, la humildad y el buen humor.

Mi maestro es de la etnia Tamang y vive en el distrito de Kabre, al pie de las inmensas montañas del Himalaya. Creció entre campos de arroz, rodeado de cascadas que se precipitan por los acantilados. Podría ser mi padre, nació hace más de 60 años en el lodo que traen las lluvias del monzón y en las flores que encienden la primavera de Nepal.

Aprendo con él a través de experiencias casi indirectas, sí, yo únicamente observo, siento. Sólo soy un testigo atento mientras interactuamos en nuestro andar por las montañas. Sus acciones decididas son la fuente del conocimiento, y su rutina diaria muestra en carne viva y da contenido a palabras como: liderazgo, sencillez, perseverancia, motivación, honestidad.

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Su constante esfuerzo en el trabajo, aquellos delgados músculos apretados por el peso de la carga, su profunda mirada y esa amplia sonrisa sumergida en sudor dan un sentido nuevo a aquella frase que canta que “el trabajo dignifica al hombre”; aquel hombre dignifica su trabajo.

Imán es porteador. Es una de las personas que más admiro y respeto, él creo que no lo sabe. Se levanta más temprano que nadie, se limpia con dedicación en el agua fría de nuestro querido Himalaya. Se prepara mientras constata que el resto este bien, que estén todos listos.

Es el más viejo y sigue siendo el más fuerte de todos, su gente le sigue a donde vaya. No tiene reparos en acumular más trabajo si esto hace posible que el resto cumpla con afrontar el duro día que amanece, no hace diferencias entre él y el resto, de hecho, la única podría ser que su vestimenta es más sencilla, y se encuentra más maltratada que la de los más jóvenes del grupo.

No se queda sin comer, pero llena los platos de los demás primero. Imán no sólo es el líder de su grupo, es un miembro más.

No sólo es el de más edad y el que carga más, es el primero que llega a nuestro destino y el que no descansa hasta que el último llegue bien. Gana el mismo dinero que el resto de porteadores por su día de trabajo. Yo gano en un día de mi trabajo más de lo que el ganará en 17 días del suyo.

Tras dejar su carga, se vuelve a lavar, se cambia la camiseta inundada en sudor y vuelve con una sonrisa resplandeciente -17 veces más grande que la mía-, canta, aplaude, toma otro sorbo de té, se preocupa de que yo tenga uno y hace alguna broma o baila.

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Disfruta de la velada junto al fuego que nos calienta, disfruta su viaje por más empinado que sea el camino y acompaña con una sonrisa a todos los que coinciden con él aquel día. Está siempre atento a servir con naturalidad a los demás, sin esperar nada a cambio ni tener ninguna otra obligación más que cargar.

Delante de todos práctico mis avances de lengua nepalí con él: ¡Imán! Tapailay kiti manparcha? (¿A ti te gustan las chicas?)

Con una sonrisa aguantada, sabiendo lo que viene detrás intenta ponerse serio, mueve la cabeza mientras va apretando los labios y va insistiendo que -NO-demostrándonos lo conservador que es. Vuelvo a insistirle en tono más alto como si no me hubiesen quedado claros sus gestos: ¿kiti manparcha…? Es incapaz de decir públicamente que le gustan las chicas y me dice que NO rotundamente, …bajo la mirada atenta de todos mis compañeros nepalís, que ya saben lo que viene.

Entonces le digo, mirando a todos: «si no te gustan las chicas…,» Tapailay keta manparcha! (A ti te gustan los chicos!!)

Todos los nepalís rompen en risas y él tiene que levantar su dedo muy alto y moverlo con intensidad en señal que NO! En segundos tampoco él aguanta las risas, se rinde a ellas.

Los clientes más curiosos de nuestra expedición no se enteran de nada, sólo que nos la pasamos bien diciendo tonterías y se contagian.

Cuando va acabándose el día, Imán se acerca como de costumbre, se pone lo más serio que puede. Me mira con ojos profundos y vuelve a repetirme con aprecio -y cierta melancolía en el rostro- que ya tiene más de 60 años. Le escucho con atención y él continúa diciéndome que lleva siendo porteador prácticamente desde que nació. Comparte conmigo que mantener viva la oportunidad de que alguno de sus hijos no siga siéndolo depende de qué él siga siéndolo todo lo más que pueda.

Insiste en mostrarme lo muy afortunado que soy, quiere que sea más consciente de ello, que vea todo lo que tengo entre mis manos, ahora mismo. Logra que sea consciente de mis propias fortalezas y privilegios, y me invita a explorar si pongo estos privilegios verdaderamente a mi servicio y al servicio de los demás.

Imán quiere que le saque mayor provecho a la libertad y al lujo que tengo de poder elegir mi propio camino empinado, el poder permitirme elegir entre un gran abanico de posibilidades. Me anima con una mirada suave a que aproveche la oportunidad que tengo de recorrer este gran “viaje” que es la vida, con más ventajas que el resto.

Guardo silencio, miro su rostro indeciso entre la alegría y la tristeza, le manoteo suavemente por encima del hombro, lo miro una última vez, le sonrió con los labios cerrados y doy por terminada la noche diciendo:

– Dhanea bhat, Dai (gracias, hermano mayor)

– Subaratry (buenas noches)

– Bholi Bhethaunla (nos vemos mañana)

Sin prisas, me despido de todos los presentes, porteadores y clientes, soy el primero en retirarme, tras otra «clase» llena de aprendizajes en el corazón de los Himalayas de Nepal.

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